jueves, 28 de febrero de 2008

Perfumes de ensueño

La memoria es indudablemente un asombroso don que disfrutamos los seres humanos de manera imperceptible y resulta sorprendente como interactúa con nuestros sentidos.
Los diferentes aromas pueden activar los más intensos recuerdos de lugares, personas, momentos...
El olor a sopa de mi abuela, por ejemplo, es inconfundible y me transporta a mediodías invernales de vacaciones y juegos, mientras que le perfume del jazmín trae a mi mente el mes de diciembre y la Navidad. Es que mi tía Noemí para esa época siempre nos regalaba primorosos ramos de su planta recién florecida que yo me encargaba de colocar en algún jarrón del living, junto al arbolito. aun hoy basta con respirar ese suave aroma para que piense en Papá Noel mientras una inconsciente sonrisa se dibuja en mis labios.
Inolvidable es también el olor que desprendía el viejo mostrador del bar de Casa Grande. Nunca pude saber de donde provendría un olor tan singular... seguramente una singular mezcla de alguna madera exótica, años de cafés y tés servidos sobre él, trasnochadas charlas y eternos torneos de truco.
¿Qué decir del aroma del ser amado? ¿¿Cómo algo tan intangible puede generar tanta fascinación?? Su piel -tu piel- tiene un aroma muy especial. A mí me sabía a combinación de jabón recién abierto, agua tibia, toallón recién lavado y cariño infinito. Su sedosa piel -tu piel- olía a amor infinito (¿sería el tuyo o el mío?), a caricias eternas, a paz, a muda comprensión. Era simplemente, maravillosamente olor a él -a vos- e inevitablemente aceleraba mi pulso y hacía que deseara con todas mis fuerzas aprehenderlo sino con mi mente, al menos con mi cuerpo. Y el amor (y seguramente también los mimos) obraban el milagro: mi piel quedaba impregnada de su perfume -tu perfume- y lo sentía -te sentía- muy cerca mío aún horas después de su -tu- partida...