Regalos II

Hoy recibí un regalo muy especial, de esos que traslucen la belleza de la vida. Algunos le llaman instantes de cielo. Fue al despertar, abrí los ojos y era una mañana gloriosa: el sol inundaba el dormitorio y un cielo azul parecido al de Antofagasta cubría Monte Grande. Como todas las mañanas encendí la radio y allí estaba mi presente. Comenzaron a sonar los primeros acordes y coros y sí: de las centenares de canciones que podían sonar en un homenaje a los cuatro de Liverpool, fue esa la que llegó a mis oídos. Esa que es una especie de lema. La que llena el aire al inicio de mi película favorita, ese fue mi regalo: los Beatles y su "All you need is love". Y luego siguieron una tras otra, esas maravillosas obras de arte que, insuperables, son una mejor que la otra. Desplegué mis alas y empecé a volar, a recordar instantes de cielo musicalizados, minutos llenos de vida, desbordantes de amor y felicidad.

Una noche en especial se abrió ante mis ojos cual película en pantalla gigante. Era una noche de verano de hace ya unos cuantos años. En esa ocasión eran cientos de estrellas las que iluminaban tenuemente el dormitorio. Esa noche también recibí un regalo inesperado y también fue la música. Un príncipe de cuentos de hadas me acababa de regalar un precioso CD que recopilaba las más bellas canciones de amor de John Lennon preparado por él. Lo recibí en mis manos como un tesoro, más aún sabiendo que él no era amante de Los Beatles y que, a pesar de ello, se había tomado el trabajo de pensar, investigar y seleccionar canciones preciosas. Canciones que escuchamos toda la noche, una y otra vez y otra y otra.

Y sonaban... Jealous Guy... Beautiful Boy... Stand by me... Woman...

Y bailamos suavemente, lentamente, envueltos por la voz de Lennon, cubiertos por miles de astros, guiados por una marea de sentimientos... Me tomó de la cintura, rodeándome con sus brazos, acercándome hacia él y nos empezamos a mover, lentamente, suavemente, piel con piel, mi mejilla pegada a su pecho desnudo, mis oídos atentos a los latidos de su corazón, las yemas de sus dedos apenas rozando mi espalda, recorriéndola, explorándola.

Los dos sabíamos que era una noche mágica, nuestra segunda noche de magia: Lennon, mi príncipe y yo